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[...] o el loco que cobija una paloma en la mano, acariciándola hora a hora; hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola miga de ternura. [...]
Julio Cortázar. "Pameos y meopas"
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De pronto le divierte al viejo recordar la cara que puso Anunziata cuando arreglaban al niño para salir de paseo: ¡qué sorpresa la suya al verle abrochar el vestidito sin dificultad! Nadie sospecha cuánto ejercicio le ha costado por las noches. Sí, aún son capaces de aprender sus dedos; aún no se le han oxidado las coyunturas... Contempla sus manos aferradas a la barra de la sillita como a un timón: recias, abultadas de venas, pero vivas y ágiles todavía. Compara con las manitas de Brunettino y entonces sí que se derrite su corazón. Esos puñitos, esos deditos, ¡cómo serán cuando derriben a un rival, cuando acaricien unos pechos jóvenes...!
[...]
José Luis Sampedro. "La sonrisa etrusca"
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