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Pero éste lo esperaba y, sin una palabra de excusa, sonríe pícaramente y arranca el velo que cubría la cabeza femenina.
De golpe, una cascada increíble se derrama hasta los desnudos hombros y enmarca el rostro con una dorada claridad próxima al fulgor del cobre recién cortado. No es una pelirroja de las mal vistas por la superstición egipcia: esa viva mata de seda, que serpentea a cada movimiento en largas ondas, como de mar tendida, tiene el rubio profundo, fuerte y dulce del ámbar antiguo, de la miel reciente.
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José Luis Sampedro. "La vieja sirena"
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