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El viejo Eloy, al verse perdido en la sala en la primera mañana de jubilado, pensó en Isaías. También pensó que el frío nacía en sus huesos y aunque trató de mitigarle colocando los pies en la débil franja dorada que se filtraba entre los visillos y, más tarde, al marchar el sol, enfundándolos en una vieja bufanda, todo resultó inútil. Por si fuera poco tampoco su cabeza lograba reaccionar. De joven soñó con la jubilación y ahora, de jubilado, soñaba con la juventud. El tiempo le sobraba de todas partes como unas ropas demasiado holgadas e imaginó que tal vez sus paseos vespertinos con Isaías, terminarían por ceñir las horas a su medida.
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Miguel Delibes. "La hoja roja"
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