Y frotó apresuradamente el resto de los fósforos del manojo porque quería retener a su abuela. Los fósforos resplandecían con tal fulgor que la luz era más intensa que en pleno día. La abuela jamás había sido tan hermosa, tan grande. Tomó a la pequeña en sus brazos y, envueltas en luz y dicha, volaron alto, muy alto; y ya no hubo frio, ni hambre, ni miedo.
[...]
Hans Christian Andersen. "La pequeña fosforera".
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