[...] Ella pensaba que nuestro pecho guarda muchos corazones distintos y, cada corazón tiene su propia vida y sus propios anhelos. Pero como sólo prestamos atención a uno de ellos, los otros poco a poco se van muriendo: son como esos pájaros a los que la madre no da de comer. Por eso hombres y mujeres se entristecen al dejar atrás su juventud, porque sus pechos están llenos de corazones muertos y se acuerdan de cuando los sentían latir y de todo lo que les pedían, y se arrepienten de no habérselo dado. [...]
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Gustavo Martín Garzo. "La carta cerrada"
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